Durante todo el miércoles, estuviste muy apagada.
Tenías fiebre, no tomaste más que los biberones fríos que te preparé y babeabas por litros, hasta el punto de que tuve que cambiarte varias veces una toalla puesta a modo de babero. Las pupas de la boca te molestaban mucho y dejabas caer la saliva con la boca abierta, no la tragabas.
Pregunté en el hotel si había allí algún médico y me dejaron con la duda hasta la tarde, por lo que decidí que al día siguiente pediría a Daniel que nos llevará a algún centro de salud.
Intenté entretenerte con unas pegatinas que te gustaron mucho, las pegaste y despegaste muchas veces.
El día de la entrega viniste con un "manguito" puesto en tu manita, una especie de tapón de plástico de color azul claro.
Te lo quité para bañarte y enseguida me di cuenta de que preferías manejarte sin él.
Supuse que te lo habían puesto en el orfanato por seguridad, para evitar que te hicieras daño.
El segundo día, de formalización de la adopción, el director del orfanato preguntó a través del guía dónde estaba tu "guante". Me quedé de piedra y le expliqué que estaba en el hotel.
El miércoles lo cogí y te lo ofrecí, a ver qué hacías. Me sorprendió ver que me mirabas muy seria y con un gesto de dignidad impresionante en un bebé de 17 meses, te lo pusiste tú sola dando un suspiro.
Entendí que te obligaban a ponértelo.
Dimos varios paseos por los alrededores del hotel y por el jardín.
Esa noche, igual que las anteriores, dormiste intranquila, dándote golpes en la cabeza contra el fondo de la cuna. Intenté pararte cada una de las veces, poniéndote mi mano o sujetándote la cabecita. Me despertaba con el ruido de los golpes.
Impresionante para mí, nunca había visto algo así aunque es verdad que lo había escuchado de otros niños adoptados.
Me alegré infinitas veces de haberme preparado lo mejor que pude a lo largo de los meses de espera.
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