Fotografía: Florencia Merlo Mantovani (2014) |
Fotografía: Florencia Merlo Mantovani (2012) |
Bruno, Ariel y Zoe, hoy os guardo aquí estas líneas para vosotros, quizá alguna vez las necesitéis...
A mí me vienen muy bien en este momento, sobre todo cuando pienso que mis retos profesionales hacen que no os dedique todo mi tiempo a vosotros y a J.
(...) Pero ¿qué es ganar? ¿Cual es la verdadera victoria? ¿Qué es lo que hace que al cruzar la línea de meta se me ericen los pelos, que note flotar mis pies y que no pueda evitar tener ganas de llorar, de gritar con todas mis fuerzas, de echarme a correr y al mismo tiempo tirarme al suelo? ¿Qué es lo que me hace sentir esta burbuja?
La verdadera victoria no reside en cortar la cinta al cruzar la meta, no reside en subir al peldaño más alto del podio. Nada de eso puede hacer que te tiemblen las piernas de miedo y emoción. O en todo caso lo puede hacer al recordar lo que has vivido antes.
La victoria, la real, es aquella que se encuentra en lo mas hondo de cada uno de nosotros. Es aquella que no nos creemos del todo que pueda llegar, a pesar de la preparación y la voluntad puestas, y que finalmente llega. Es como si, aunque de forma consciente y con la calculadora en mano, después de muchas horas de preparación, de muchos días de entrenamiento, de concienciarnos de que somos capaces de ganar, o simplemente de terminar la carrera, existiera algo en nuestro inconsciente que nos dijera constantemente que es imposible, que es demasiado bueno, demasiado grande, demasiado increíble para ser verdad. Que lo que deseamos lograr es solamente un sueño. Y al cruzar la meta, cuando echas la vista atrás y compruebas que es real, que eres de carne y hueso, y que lo que parecía posible solo en sueños se ha convertido en realidad, te das cuenta de que ésta es la verdadera victoria.
Ganar no significa terminar en primera posición. No significa batir a los demás.
Ganar es vencerse a uno mismo. Vencer a nuestro cuerpo, nuestros límites y nuestros temores. Ganar significa superarse a uno mismo y convertir los sueños en realidad.
En muchas carreras he terminado en primera posición pero no me he sentido ganador. Al cruzar la meta no he llorado, no he saltado de alegría y mis emociones no han sido una tormenta desbocada. Simplemente tenía que ganar la carrera, sabía, tenía la seguridad, que llegaría el primero. Sabía que no era un sueño y en ningún momento mi mente llegó a plantearse qué sería el no vencer. Era fácil, como un cocinero que abre su restaurante por la mañana y sabe exactamente cómo le va a quedar el bistec.
No hay ningún reto, ningún sueño del que despertarse al final. Y eso, por lo menos para mí, no es ganar. Al contrario, he visto a grandes ganadores, a personas que se han vencido a sí mismas y que han cruzado la línea de llegada llorando, sin fuerzas, pero no por el agotamiento físico, que también, sino sobre todo por haber logrado terminar aquello que ellos sabían que en el fondo sólo era fruto de sus sueños. He visto a gente sentarse al cruzar la meta de la UTMB y permanecer en esta posición durante horas con la mirada perdida, con la mayor de las sonrisas en sus adentros, sin creerse todavía que lo que acaban de lograr no forma parte de un engaño de la mente. He visto a personas que, pese a llegar cuando los primeros ya se habían duchado, habían almorzado y quizás habían tenido tiempo de echarse una siesta, se sienten vencedores y no cambiarían lo que sienten por nada de lo que les pudieran ofrecer. Y los envidio, porque en el fondo ¿no corremos para eso? ¿Para saber que nosotros somos capaces de vencer nuestros miedos y que la cinta que cortamos al cruzar la meta no está sujeta por azafatas sino que está situada allá donde nuestros sueños quieren?
¿La victoria no consiste en ser capaces de poner nuestra mente al límite para descubrir que estos límites nos han llevado a descubrir nuevos límites? ¿Y empujar poco a poco nuestros sueños?
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